Dice el Sr. Gurdjieff que el señor Jesucristo y sus contemporáneos pensaban según el proceso imagoniziriano, una clase de pensar en el que concurren la mente y la emoción en conjunto, y que se vale de alegorías, es decir de la transferencia de una experiencia anterior para comprender o explicar otra. Esta clase de pensar, dice, caracteriza la forma de transmitir de todos los "verdaderos maestros", quienes emplean analogías a fin de transmitir sus enseñanzas, además de símbolos o imágenes. Los textos son adicionales.
Entre todas las informaciones reunidas de cualquier manera, continúa el Sr. Gurdjieff, cuyo conjunto se conoce como Santas Escrituras, bastantes de ellas contienen palabras auténticas y aun frases enteras pronunciadas por el Divino Maestro y por sus iniciados más próximos. Sin embargo los seres actuales solo pueden comprenden esas palabras literalmente, sin tener conciencia del sentido interior que les fue dado.
Y esa comprensión literal resulta del hecho de que han dejado de realizar los esfuerzos necesarios para el cumplimiento de los deberes de su ser. Por eso nadie puede comprender que ni en la época del Señor Jesucristo, ni cuando fueron compuestas las Santas Escrituras empleaban los seres tantas palabras como hoy en día.
Nadie puede representarse que en esa época el pensar eseral se aproximaba mucho más al pensar moral propio de los seres tricerebrados, y que por consiguiente la transmisión de las ideas y de los pensamientos era alegórica. Dicho de otra manera, para explicarse a sí mismos una acción cualquiera, o para transmitirla a los demás, los seres se referían siempre a la comprensión fijada en ellos, de acciones anteriores semejantes.
En cambio en la actualidad, la transmisión de las ideas y de los pensamientos se hace según el principio cadenoniziriano. Es decir se efectúa sin participación alguna de nuestro centro emocional y termina por automatizarse completamente. Por eso, para comprender cualquier cosa nosotros mismos, o para explicarla a los demás, nos vemos automáticamente obligados a inventar una multitud de términos desprovistos de sentido para designar objetos y expresar ideas, y es así como todo nuestro pensar se efectúa según este principio cadenoniziriano.

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